jueves, 13 de febrero de 2014

Vate cósmico

Jueves, trece de febrero de 2014. El insigne y lúcido historiador sir Benjamin Joseph Strauss acude, como cada mañana desde hace 23 años, a la panadería de Terry Cleese, repostero de gran prestigio en el Riverside Avenue, aficionado en sus ratos libres a la elaboración de dulces. Pero hoy Benjamin ha olvidado el camino, y comienza a deambular por las callejuelas del peligroso Smelly District, en la zona alta de la ciudad; haciendo gala de su sorprendente capacidad de deducción, concluye que se ha perdido.

El destino es en ocasiones propenso a las dádivas, y la confusión se torna reveladora: sir Benjamin, utilizando sus innumerables recursos, busca alguien a quien preguntar en medio de un desolado descampado, y tropieza asustado al confundir a su sombra con un erizo gigante. Tal caída le permite realizar un descubrimiento asombroso: una esfera de material no reconocido, repleta de cerraduras cuya complejidad veta el acceso a un contenido que, piensa sir Benjamin, "resultará revelador". Un simple lanzamiento contra una pared permite que dicha esfera se quiebre y muestre un cuaderno raído y de páginas con cuadrícula; según Joseph Strauss, "la calidad ortográfica brillaba por su ausencia, aunque la caligrafía era exquisita".

Qué decir cabe que aquel cuaderno llevó al ya mítico Benjamin a descubrir, junto con su equipo de doce nutrias doctoradas en Historia y Arte, datos que resultan hoy en día fundamentales para entender nuestra existencia. Pero, ¿qué contenía aquel cuaderno? Durante siglos aquella información se ha mantenido en secreto, según los diferentes gobiernos, para "mantener la seguridad interplanetaria y por cierta desidia". Hace una semana, debido a filtraciones cuya investigación se está llevando estos días a cabo, hemos podido conocer parte del contenido. Juzguen ustedes mismos:

[...]126f3-2. Radoll 32. Reconozco que en sus inicios tuvo su atractivo: sostener el destino de aquellos individuos en tus manos, condicionar sus pasos, poseer la capacidad de elevarlos o hundirlos con una facilidad pasmosa, destruirlos si es necesario, aniquilarlos con el único afán de gozar de unos instantes de diversión.

Jamás tuve remordimientos por ello, y por supuesto jamás los tendré. Pero ahora necesito huir, apartarme de Fedoll. Este planeta ahoga mi existencia, y además me provoca delirios en días alternos; los menús de la señora Eugenike son pesados de digerir y el amor de Sibare es un dardo que amenaza con hacer diana en mi rotor.

¿Lamentaré mi marcha? Quizás, pero continuar en Fedoll supondría un grave error, y las condiciones legales y financieras para vates cósmicos autónomos son ridículas, así que la mejor opción es barajar diferentes opciones planetarias.

He oído hablar del planeta Tierra, y si mis informaciones no me fallan se trata de un lugar fértil y cercano al surgimiento de una civilización moldeable. El lugar ideal para dar rienda suelta a mis convicciones, el laboratorio idóneo para mis investigaciones carentes de la más mínima moralidad. Podría ser un buen punto de partida para establecer un negocio y pescar los domingos si se tercia y el tiempo lo permite. ¿Quién sabe? Puede ser el inicio de algo interesante. [...]

¿Qué opinan? Realmente sorprendente, ¿no es cierto? Su afición por la pesca y su preocupación por el tiempo asustan por su visceralidad, nos emocionan y nos devuelven a la niñez. Puede que el resto del contenido resulte insustancial y no aporte ningún dato de interés, pero recordemos que pronto saldrán a la luz nuevos extractos del cuaderno del habitante de Fedoll. Manténgase atentos y cepíllense con anís los carrillos dos veces al día. Informa 24th Century News.

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