martes, 11 de febrero de 2014

Entre la astracanada y el dislate


Caminando a altas horas de la madrugada por las tortuosas calles del casco antiguo se sentía feliz. Nadie alrededor, todo aquel gran pedazo de historia para él y sus alocadas historias de fantasmagóricos espadachines. Tenía esta costumbre desde hacía años, y lo más cerca que había estado de un peligro real fue aquella vez en que su mente se disparó de manera peligrosa, pretendiendo confundir realidad e imaginación.

Pero esta vez no se trataba de ninguna confusión; lo que veía era muy real, y comenzaba a sentirse realmente aturdido. Al principio fue simplemente una sombra recostada contra la puerta de madera en el callejón, que poco a poco dejó ver su figura mostrando un rostro impertérrito que se sabía capaz de provocar terror. Desconcertado, el caminante nocturno decidió seguir caminando e intentar dejar atrás aquella sensación tan desagradable. Dos calles más allá la situación se repitió de manera idéntica, y así sucedió una vez tras otra a medida que avanzaba ansioso por alcanzar la puerta de su casa. Rápido se sintió encerrado en aquellas calles, huyendo por siempre de aquel ser que conocía sus miedos más profundos. Pronto se encontró perdido en el laberinto que tiempo atrás fue su bálsamo de felicidad.

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