viernes, 25 de abril de 2014

El escritor de canciones

Había vuelto a su ciudad natal. Las giras resultaban agotadoras: el contacto contínuo con gente variopinta y aduladora, las entrevistas cortadas por un mismo patrón, los crápulas de tres al cuarto y la soledad en medio de la nada atiborrada de muchedumbre provocaban en él un hastío preocupante.

En ello pensaba mientras se deleitaba en el remanso de paz que ofrecía aquel paseo marítimo; disfrutaba de la pleamar, se recreaba en el vaivén de las olas, en el silencio que recorría toda la zona. Y lo que más deseaba era escrutar la vida de sus vecinos, despiezar experiencias que llevaran a la creación de nuevas canciones.

Así que no lo dudó y comenzó a preparar el procedimiento: desenroscó la cabeza, infló el interior a través de la boquilla hasta que alcanzó un tamaño adecuado, cerró con sumo cuidado el extremo y ató la cuerda firmemente, de manera que la pérdida de aire fuera mínima y le permitiera observar todo desde la altura y distancia adecuada. Estaba preparado. Al fin en casa.

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