viernes, 27 de diciembre de 2013

La espera


Cástor era duramente reprendido por su mujer cada vez que despotricaba contra el transporte público. Claro que ella no solía pisar una marquesina, salvo contadas ocasiones con fin lúdico. Pero no lo podía soportar: frío, rutina, muchedumbre, prisas, sudores fríos y un ambiente inhumano que lo indignaba y del cual formaba parte.

Al menos era el único momento en que podía evadirse sin que nadie lo tuviera en cuenta. Sin tener a su mujer detrás con su lista interminable de reproches. La quería, pero a veces deseaba que un arenque tirolés con bigote la regañara durante horas hasta que suplicara clemencia.

Ya llegaba el tren. Tocaba hacerse un hueco en la fila para conseguir asiento: caras de cansancio vital, de hastío. Arenque tirolés, ¡dónde estás cuando se te necesita!

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