martes, 24 de diciembre de 2013

Otra vez más no...¡por favor!


Fernando y Carmina acordaron hacía ya la friolera de 35 años repartir las comidas y cenas de Navidad de manera fija. El acuerdo, zanjado tras una copiosa banquete en el que debatieron acerca de variados temas (el caminar de los pingüinos, el entrecejo de los portugueses o la falta de información sobre los sobaos pasiegos) derivó en una noche de amor apasionada; y de esa noche de amor surgió Silvia, que hacía ya años que no pasaba la Nochebuena en su ciudad natal: ser consultora de renos navideños objetores de conciencia tenía sus ventajas económicas, pero destrozaba el terreno de lo personal.

Y en ello pensaba Fernando hasta que su familia política hizo entrada en la casa. "Otra vez más no...¡por favor!...cómo he llegado a ésto". No tenía especial manía a sus suegros: él era un apocado tendero que solía hablar sobre los cambios temporales; ella, una resabida-marimandona-sabandija que merecía quedar presa en Alcatraz. Era su cuñado lo que le provocaba espasmos involuntarios, tics insoportables, desvaríos preocupantes.

Así que cuando Rodolfo ("Fernandito...llámame Fito...Fito...") entró por la puerta soltando sus repugnantes gracias, cogió aire, cambió su cara y fue directo a saludar a todos. Unas cuantas horas, únicamente debía fingir unas pocas horas y después sería de nuevo libre. "Joder Fernandito, sáca un buen vino y no esta basura...", "Cuñado...a este asado le falta gacia", "Ay mi Fernandito, pero qué soso que es...". Y encima lo tenía enfrente, sintiendo que controlaba todos sus movimientos, que buscada la mínima ocasión para desprestigiarlo delante de todos, que quería imponerse y salir victorioso en una batalla que solo él deseaba librar.

Pero de repente algo cambió: fue aquel langostino tan parecido a Rodolfo, que nunca había sido resultón, lo que provocó la chispa. Inicialmente tuvo miedo, pero después el temor dio paso a una venganza controlada, meditada y enormemente disfrutable. Desde este momento arrancaría las cabezas de los langostinos deleitándose en un combate imaginario en el cual Rodolgostino era decapitado por las enormes y poderosas manos de un Fernando encumbrado a los altares por todas las mujeres del planeta Tierra. "Feliz Navidad", Rodolfo, masculló sonriendo entre dientes.

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